El libre albedrío constituye un problema milenario. A lo largo de la historia muchos pensadores han dado varias soluciones de ello según perspectivas también muy diferentes.
Un hecho fundamental de este mundo es que los humanos tenemos la capacidad de plantearnos si somos dueños de nuestro destino, aunque el control sobre éste resulte parcial o incompleto y, a veces, imposible. Este planteamiento implica tener en cuenta la convivencia de los humanos unos con otros, lo que da origen a la sociedad, y es por eso que la “libertad” de cada uno se considera limitada por los derechos ajenos y viceversa.
Sin embargo, existe una sensación mucho más íntima que la de esa “libertad social” que nos reúne como especie. Se trata de la sensación íntima de ser libre en un sentido más estricto: el poder de elegir aquí y ahora al amparo del raciocinio individual como tribunal último y supremo. Esta forma íntima de libertad, que es la forma de libertad más honda y personal de cada individuo, se suele llamar libre albedrío. Se supone que este libre albedrío nos brinda las condiciones de elegir libremente, a pesar de que estemos determinados por otros puntos de vista. Por ejemplo, cada uno de nosotros vive en un contexto concreto y, por ello, nunca se podrían barajar todas las posibilidades o alternativas para elegir.
Bajo otro punto de vista, cada uno de nosotros nace con una carga genética que también nos limita, así como toda nuestra historia personal de vivencias, lo que hace que estemos encauzados en un rumbo concreto y no en otro. No obstante, vivimos “en un contexto” y tenemos la sensación de poder tomar y seguir libremente nuestras elecciones, de modo de podemos influir en cierta medida en nuestro destino. En cierto modo, tendemos a pensar que, por mucho que nos limitaran, siempre tendríamos un margen irreductible de libertad que ningún tipo de coacción podría impedir.
Si somos partidarios de la idea de que la sensación de libertad sólo sirve en el caso de que realmente se posea algún grado de libertad real, de lo contrario, la sensación de libertad, al ser una farsa, no serviría para nada. Así que si descartamos la hipótesis de que la naturaleza nos proporciona un libre albedrío ilusorio para que vivamos más contentos, habrá que buscar otra justificación para esa sensación, o para la aparición de la consciencia a partir de la materia inorgánica, ya que es un problema equivalente: el libre albedrío representaría algo así como una ruptura en la cadena causal de los acontecimientos, algo imposible diríamos, una intrusión ilícita en el mundo material, imposible de realizar en un universo físico en el que parece que nada se pueda escapar de las leyes causales, tanto como parece imposible formar una materia consciente a partir de simple materia inerte.
Invito a todos a leer el post de Matias con el tema del día
Finalmente, aliento a cada uno a reflexionar sobre el concepto del día. Nadie más que nosotros podemos resignificar nuestro propio ser