La filosofía que se identifica como naturalista basa su fundamento en un comentario sobre el versículo del Evangelio de Juan: «Y el verbo se ha hecho carne». Dos son las direcciones principales hacia donde puede dirigirse este comentario sin prejuicios y simpático. La primera consiste en resaltar la realidad sensible subyacente al habla humana. El lenguaje verbal se vuelve posible por una configuración corpórea específica: posición erecta, amplitud del tracto vocal supra-laríngeo, lengua carnosa y móvil. Está bien y es justo reivindicar las raíces fisiológicas del discurso declamado, aprehender en la voz el presupuesto trascendental de toda fineza semántica. Acompañando a Juan, resulta fácil refutar aquellos imaginarios materialistas que se deleitan en oponer el cuerpo deseante a un logos que, habiendo sido desencarnado subrepticiamente, parece luego exangüe e impalpable.
La segunda dirección consiste, por el contrario, en resaltar la realidad sensible producida por el habla humana. La glosa naturalista a la frase evangélica se vierte, en tal caso, sobre los efectos corporales del verbo: sobre las experiencias visuales, auditivas, táctiles, que precisamente permite alcanzar. No es solamente fisiológico el fundamento de nuestras proposiciones, sino también, quizá, su punto de llegada. En muchas ocasiones la percepción más vívida es precedida y preparada por el pensamiento verbal: no la verificaríamos en absoluto si no fuera pronunciada por las palabras.
Esta interpretación del versículo de Juan apunta hacia la resolución del impasse que vuelve a menudo quejoso e impotente al sensismo filosófico. Éste falla allí donde pretende deducir un concepto verbal —por ejemplo, el concepto de negación, o el de melancolía— de la experiencia sensible. Pero podría lograr una preciosa revancha si se empeñase en censar con cuidado las percepciones suscitadas por los conceptos verbales: por ejemplo, ciertas salidas carnales de la palabra «no» y «melancolía». Su objetivo más ambicioso es mostrar que el happy end de una inferencia lógica consiste con frecuencia en una nueva percepción directa. El sensismo, tomado en serio, es cualquier cosa menos un incipit o un tranquilo fundamento. Conviene entenderlo, ante todo, como la coronación o culminación del pensamiento proposicional; como una meta compleja hacia la cual convergen prestaciones intelectuales sumamente sofisticadas.
Invito a todos a leer el post de Matias con el tema del día
Finalmente, aliento a cada uno a reflexionar sobre el concepto del día. Nadie más que nosotros podemos resignificar nuestro propio ser